Normalmente aquellos que prefieren la oscuridad son un poco más tímidos. La noche evita que tu pareja sexual te descubra reburizándote, esconde defectos físicos y estimula el sentido del tacto, que tan importante es en las relaciones. En la oscuridad puedes intuir lo que está ocurriendo, pero no te topas de repente con una visión directa de los genitales. Hay personas a las que verse mientras practican el sexo les resulta muy chocante, sin embargo para aquellos a los que sí les excita, la oscuridad puede llegar a ser muy aburrida. El tacto lo puede todo, está claro, pero obervar aunque sea un poco te puede aportar sensaciones más extremas.
De este modo, la luz es más libertina. Los cuerpos se muestran y cada uno de los movimientos que hagas puede ser visto por el otro. En el fondo, todos tenemos algo de voyeur, por eso nos resulta tan emocionante hacer el amor a plena luz. Potenciar la vista puede ser de lo más estimulante, es como estar inmerso en tu propia película porno. Al mismo tiempo, el hecho de observar la cara de la pareja es una satisfacción, además de indicarte si está o no disfrutando. Sin embargo, el exceso de luz puede llegar a desconcentrar, ya que los referentes visuales son diversos y nuestra atención hacia el cuerpo del otro se puede ver mermada.
La elección de la luz o la oscuridad depende de los gustos de cada uno. También tiene mucho que ver con el grado de soltura e inseguridad que tengamos en la cama. Si te da miedo encender la luz porque tienes prejuicios sobre tu cuerpo o porque te da vergüenza que tu pareja te vea gemir, es una pena. Si, al contrario, eliges la oscuridad para dar un plus de misterio y sutileza a tus relaciones, el otro puede comprenderlo y disfrutar contigo.
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